Si todavía no ves la belleza en ti,
haz como el escultor de una escultura
que
debe volverse bella:
le retira una parte, raspa, pule,
hasta que despeja las
bellas líneas
en el mármol.
Tú también, retira lo superfluo,
endereza lo que es
oblicuo,
limpia lo que está oscuro
para volverlo brillante.
Hazlo hasta que
el brillo divino de la virtud
se manifieste.